lunes, 6 de octubre de 2014

EL SUICIDIO DE CALAMARDO

 Esta creepypasta ha sido presentada en muchos sitios web y en diversos vídeos, usualmente con variaciones que han dado lugar a que existan varias versiones de la misma, aunque lo esencial de la historia se ha conservado en todas las variantes. Aquí presentamos la versión más cruda y escalofriante del creepypasta: . La experiencia de un interno en los Nickelodeon Animation Studios Antes de contar las cosas horribles que vi, debo decirles que se decepcionarán si esperan una respuesta a lo que verán al final, pues sencillamente no la hay. Y bien, comenzaré diciéndoles que fui interno en los Estudios Nickelodeon durante el 2005. No me pagaban ya que estaba haciendo mis pasantías (prácticas profesionales previas a la obtención del título) para poder graduarme en la carrera de Animación, y desgraciadamente las pasantías casi nunca son pagadas. Aunque no lo crean, los adultos no suelen ver un buen trabajo en lo que me tocó hacer en Nickelodeon, aunque casi cualquier niño habría dado media vida por estar en mi lugar. A mí me tocó ir con editores y animadores, y siempre tenía que ver los capítulos nuevos antes de que saliesen al aire. El punto es que acababan de terminar una película de Bob Esponja, pero pasaría mucho tiempo antes de que se iniciase la siguiente temporada de la serie, ya que el staff entero tenía bloqueada la creatividad. Sin embargo, la verdad es que el retraso no tuvo que ver tanto con esa falta de ideas como con algo bastante perturbador: El Suicidio de Calamardo. En efecto, hubo (en principio por la falta de creatividad) un problema con la elaboración del primer episodio de la siguiente temporada, tan grande que retrasó todo por meses. No obstante, el equipo de trabajo encontraba maneras de desestresarse en medio de la complicada situación, y una de esas era creando bromas inspiradas en las series animadas. Así, un día estaba en el cuarto de edición con los principales animadores y los directores de sonido, e íbamos a hacer el corte final de lo que aparentemente sería el primer episodio de la nueva temporada de Bob Esponja; pero, antes de que lo hiciéramos, nos llegó una copia de lo que en teoría era el episodio Fear of a Krabby Patty, solo que estaba alterado y tenía un título falso de tono humorístico, tal y como, según supe, sucedió con el episodio Rock a by Bivalbe (en el cual Patricio y Bob adoptan una ostra), cuyo título fue cambiado (en la copia alterada, no en la versión que salió al aire…) por “Cómo no funciona el sexo”… Y pues, la verdad es que a mí no me agradaban mucho estas bromas, y esta vez, cuando vi el falso título de Squidward’s Suicide (El Suicidio de Calamardo), pensé que era una broma macabra de mal gusto, cosa que quizá también creyeron algunos, como un compañero que emitió una risa seca. En todo caso, permanecimos sentados a ver qué mostraba la pantalla… Al igual que siempre, al comienzo se escuchó la musiquita alegre en que sale el pirata cantando esa archi conocida letra de “Vive en una piña debajo del mar” y todo lo que sigue y los niños se saben de memoria. Después, ya en el episodio como tal, aparece Calamardo tocando su clarinete, equivocándose en algunas notas y haciendo reír al fisgón fastidioso y amarillo de Bob, cuyas carcajadas irritan al amargado molusco, que se detiene abruptamente, se asoma a la ventana y le grita a Bob, pidiéndole que se calle y le deje practicar para el concierto que tiene en la noche. Bob, amable como siempre, accede y se va con Patricio a ver a Arenita. Tras esto, se ve la pantalla de burbujas (las burbujas que ascienden, generalmente antes de un salto temporal en el capítulo) y aparece Calamardo, justo en el final de su concierto. Es ahora cuando todo se enrarece; ya que, mientras Calamardo toca al final del concierto, se repiten unos cuantos cuadros sin que se repita el sonido, que parece continuar por sí solo hasta que se alinea con las imágenes en el momento en que Calamardo termina de tocar, y la multitud murmura y seguidamente lo abuchea, pero no en la forma en que estas cosas pasan en la serie: se oían igual que abucheos reales y cargados de malicia. En cuanto a Calamardo, él estaba de pie, asustado y nervioso, viendo a la multitud que lo reprobaba con crueldad, y en cuyo centro estaba Bob Esponja. Este no era el Bob inocente que conocemos: sus ojos eran muy reales (sin ser montaje fotográfico) y detallados, más que lo que se esperaría de una CGI. Eran ojos de pupilas rojas, de mirada amenazadora y perturbadora. En este punto el asunto nos confundió, porque nunca gastaban tanto trabajo en bromas y eso nos hizo pensar que efectivamente pensaban mostrarles eso a los niños. Lo primero que se me vino a la mente fue La Vida Moderna de Rocko, una serie animada de Nickelodeon que a veces mostraba escenas bien grotescas, a pesar de estar concebida para que los niños la pudiesen ver. Sin embargo esto ya se pasaba, al menos para mí y mis compañeros, según pude suponer por cómo se veían entre sí… Después de los ojos rojos de Bob, hubo un fundido en negro y la escena cambió, dando a entender un salto de tiempo hacia adelante. Ahora veíamos a Calamardo sentado en el borde de su cama, con cara de estar sufriendo mucho. Por la ventana de su habitación se veía la noche, dándose a entender que todo eso estaba pasando poco después del concierto. Extrañamente, no se oía ningún sonido ni nada de música, y Calamardo permaneció sentado en la misma posición con su cara de “quisiera estar muerto”, durante treinta segundos (literalmente) en los que únicamente parpadeó un par de veces, sin mover las manos, las piernas, o parte alguna distinta a sus párpados… Tras los treinta segundos, algunas lágrimas empezaron a brotar de los ojos hinchados de Calamardo, cayendo lentamente por sus mejillas, a la par que el silencio absoluto se rompía con un sonido de brisa en medio del bosque, lo cual era desconcertante porque todos saben que no hay bosques cerca de la casa de Calamardo… Todo empeora aún más cuando de pronto Calamardo se cubre la cara con las manos, y rompe en un llanto profuso y dolorido, llorando en relativo silencio por un minuto en que el sonido del viento parecía intensificarse. Posteriormente, poco a poco la pantalla se fue acercando a la cara de Calamardo, y su llanto se fue volviendo cada vez más fuerte, adolorido y cargado de ira. Este proceso podía notarse claramente en intervalos de diez segundos y, en una parte, la pantalla pareció doblarse sobre sí misma, volvió a la normalidad en un segundo, y entonces el sonido del viento en el bosque se volvió más potente, casi como el imponente y continúo rugido de un huracán. Pero lo peor era el llanto de Calamardo: no parecía venir de los speakers (los que hacen las voces y sonidos de los personajes), era demasiado real y de tal condición que aparentemente provenía de “otra parte”… Si quieren duden o crean que estoy sugestionado, pero yo les juro que, al menos en ese entonces, Nickelodeon no tenía equipos de sonido o de edición de sonido capaces de producir un llanto con ese efecto acústico que le hacía oírse como viniendo de otra parte… También, algo que llamó mi atención fue una risa que se escuchó apenas dos veces, acústicamente bajo el viento y el llanto de Calmardo. Esa risa nunca se escuchó por más de un segundo (era algo como un “¡haha!” corto, seco y cruel) en las veces que se oyó durante esos treinta segundos, tras los cuales la pantalla se puso borrosa, se torció bruscamente, y “algo” parpadeó sobre ella, tan rápido que no se supo qué fue. En ese instante, el editor principal dio pausa a la animación, y retrocedió, cuadro por cuadro, a ver si ese “algo” que parpadeó era un cuadro de vídeo que intencionalmente pusieron por solo una fracción de segundo, a fin de que no se viese. Y sí, lastimosamente era eso, y no era nada creado por dibujantes de estudio: era la foto de un niño de aproximadamente seis años, que yacía muerto en ropa interior, con la carita deformada y ensangrentada, un ojo que le colgaba del rostro (a la altura de la mejilla, suspendido por un ligamento), y el estómago abierto, con las tripas salidas y parcialmente desparramadas sobre lo que parecía ser el pavimento de algún camino. Adicionalmente, la sombra del fotógrafo podía verse en la imagen, sugiriendo que probablemente él era el asesino… Nadie dijo nada, solamente nos miramos, con una mezcla de indignación, temor, asco e incredulidad. El editor principal hizo un gesto para ver si ya podía continuar, quitando la pausa al vernos asentir con la cabeza. Otra vez seguía allí Calamardo, pero solo se le veía la mitad del cuerpo (no es que lo habían cortado, simplemente no se mostraba su mitad inferior). Ahora lloraba mucho más fuerte que antes y las lágrimas se le mezclaban con gotas de sangre que brotaban de sus ojos horrendamente hinchados por el tormento. Era espantoso aunque al mismo tiempo espléndido por la calidad de la imagen, que exponía unos ojos tan reales que uno sentía que se mancharía los dedos de sangre si los tocaba en la pantalla. En cuanto al viento, ahora sí que se oía como un huracán, que zarandeaba los árboles y les partía las ramas, según daban a entender los increíbles efectos de sonido. Y la risa de barítono profundo, esa que antes solo se escuchó dos veces, ahora se oyó más veces y durando más. Esto duró unos veinte segundos, tras los cuales la pantalla volvió a doblarse sobre sí misma y otra vez algo pareció parpadear, sugiriendo que se trataba de otro cuadro de vídeo ocultado. Nuevamente el editor puso pausa, pero solo buscó el cuadro perdido tras comprobar que los espectadores deseaban ver qué había, aunque supiesen que el horror les esperaba. Sí, de nuevo la misma atrocidad pero con otra víctima: una niña pequeña en ropa interior, de aproximadamente seis años, tirada sobre un gran charco de sangre en el pavimento, con la espalda hacia arriba y la cabecita volteada hacia un lado, deformada y ensangrentada, con el ojo izquierdo en el pavimento, bien cerca de su boquita destrozada, levemente unido a la cuenca por un ligamento. Aquel pequeño ojo celeste, pese a estar en el suelo, tenía el iris apuntando al cielo, a manera de última súplica al Creador que de seguro la recibió ese mismo día. Esta niña había muerto peor que el niño, pues sus tripas aún frescas (según se adivinaba por el leve reflejo del sol en las membranas que cubrían las entrañas de la pobre criatura) salían por la espalda, a través de dos enormes huecos que el monstruo homicida le había hecho cerca de la columna, y por los cuales alcanzaban a divisarse los pulmones. Igual que en la primera imagen, la sombra del fotógrafo se veía. Su forma y tamaño eran idénticos a los del primer fotógrafo: debía tratarse del asesino… Esta segunda fotografía mórbida casi me hizo vomitar, e indujo a salir corriendo, tras romper en llanto, a la única mujer del equipo. Debimos parar en esas condiciones, pero nos miramos y le pedimos al editor que continuase. Vimos entonces a Calamardo, que lloraba cubriéndose la cara, hasta que tras cinco segundos se calló y se quitó las manos del rostro, dejando ver sus ojos inyectados de sangre, que latían cual cerebro en una cabeza abierta durante una operación. Por diez segundos Calamardo estuvo así, con la mirada fija en un sitio que no estaba fuera de él, sino adentro, en el negro mar de sentimientos y pensamientos que le inundaba toda el alma, ahogándola en el mismísimo fondo de la miseria. Transcurridos los diez segundos, Calamardo volvió a llorar pero sin cubrirse los ojos: ahora sus lastimeros lamentos eran fuertes y agudos, y se entremezclaban con terribles alaridos, mientras la sangre y las lágrimas salían torrencialmente, con tanta abundancia que ya parecía una pesadilla. A la par, el sonido del viento, que misteriosamente no se escuchaba, volvió con su suave fuerza inicial, junto a una risa de voz profunda. Después la pantalla se dobló sobre sí misma y apareció el parpadeo causado por el cuadro de vídeo omitido, que esta vez duró algo más pero igual no habría podido verse si no fuese porque el editor puso pausa. Creímos entonces que esta vez la fotografía duraba cinco cuadros, y el editor retrocedió hasta lo que pensaba que era el cuarto cuadro de los cinco que duraba la supuesta fotografía. De nuevo vimos a un niño en ropa interior, aparentemente muerto, de unos seis años de edad aproximadamente. La diferencia estaba en que esta vez se veía a una gran mano humana sujetando las tripas del niñito, como si estuviese sacándolas. El niñito, como las otras dos víctimas, estaba boca arriba en el pavimento, sobre su propia sangre, con el estómago abierto. Mirándonos con los ojos algo humedecidos, el editor avanzó al siguiente cuadro, y se vio lo mismo pero la mano estaba ligeramente más arriba. Al percatarse de aquello, el editor regresó al primer cuadro de los cinco que supuestamente ocupaba la fotografía, y yo me quebré al comprobar que no era una foto sino un pequeño fragmento de vídeo. Fue horrible, no pude evitar vomitar un poco y que se me salieran un par de lágrimas. El pequeño fragmento de vídeo mostraba a la mano levantando lentamente las tripas, con la sangre caliente escurriéndosele entre esos dedos gruesos, toscos y malvados. Pero lo más terrible, lo más abominable no era eso: uno de los ojos (el derecho) del niño estaba junto a su cabeza, fuera de la cuenca y en el pavimento, aún unido a su dueño por un frágil ligamento; el otro, puesto en su lugar, miraba con terror infinito a la mano, moviéndose ligeramente a fin de no perderla de vista, y parpadeando en los dos últimos cuadros (cosa que en principio no notamos)… Nadie dijo nada pero todos estábamos atónitos. El editor nos miró y, en vez de quitar la pausa dijo que debíamos esperar a Stephen Hillenburg, creador de la serie. Esperamos un par de minutos pero Hillenburg recién apareció quince minutos después, de modo que, aproximadamente a los cinco minutos de haberlo esperado, pedimos al editor que quitara la pausa, que después Hillenburg podría ver todo. Al retomar el vídeo, vimos de cerca el rostro de Calamardo, mirándonos fijamente por unos tres segundos. Posteriormente la imagen se abrió y observamos a Calamardo a mayor distancia, de tal modo que podía verse que efectivamente seguía allí sufriendo en su habitación, pero ahora tenía una escopeta en la mano derecha… Lo decisivo vino cuando una voz, que no se sabía de dónde provenía, dijo con tono terminante y autoritario: “Hazlo”. La voz quizá estaba fuera de Calamardo, o quizá representaba a su voz interna, a su propio pensamiento, tal vez a la manera de las voces que escuchan los esquizofrénicos. Sea cual sea el caso, Calamardo alzó la escopeta, abrió la boca, metió el cañón del arma casi hasta su garganta, se quedó así unos tres segundos como si dudase o luchase contra su miedo, y después apretó el gatillo, de modo que la nube de perdigones le reventó la cabeza, haciendo que numerosos trozos de cerebro y hueso salpicasen en la pared de fondo, contra la cual se estrelló al ser empujado por el arma en el momento del disparo. Los pedazos de masa encefálica se veían tan reales, y en los últimos cinco segundos se vio el cadáver de Calamardo tumbado contra la pared que estaba atrás de su almohada. Estaba medio inclinado hacia la izquierda, con prácticamente toda la cabeza ausente, al menos desde la parte superior de la boca hasta arriba; sin embargo, debido a la ligera orientación hacia un lado que tenía la escopeta cuando se suicidó, uno de sus ojos aún podía verse, colgando (como los ojos de los niños) a la altura de su mejilla, mirando fijamente hacia el suelo… Ese fue el final del monstruoso episodio que nadie sabía de dónde demonios salió, ni siquiera quienes lo trajeron, pues no lo habían visto antes… Como era de imaginarse, Stephen Hillenburg quiso ver el episodio cuando apareció. Muchos se retiraron cuando el maldito vídeo empezó a rodar de nuevo, tanto por el horror de las imágenes como por la reacción que probablemente Hillenburg tendría, y tuvo, pues estaba indignado y enfurecido con la monstruosidad en que habían transformado a su inocente serie. Ahora, y una vez que el editor consiguió calmar a Hillenburg, se llamó al CTO para que analizara el vídeo, y se informó a la Policía a ver si encontraba algo relativo a las fotos. Lo cierto es que el CTO determinó que el vídeo estaba lleno de material nuevo, que todavía nadie encuentra información relativa a los niños muertos, que no se sabe quién trajo el vídeo y quién lo creó (no necesariamente fue el asesino, y quizá hay más de un sujeto detrás del Suicidio de Calamardo), y yo, en lo que a mí respecta, me sigo arrepintiendo de haber visto por segunda vez el vídeo, porque hasta la fecha me encuentro a Calamardo y a las fotos de niños muertos en mis sueños, llenándome de una desesperación que a veces me tienta a hacer lo mismo que el pobre Calamardo… Y bien, esta es la historia del Suicidio de Calamardo, algo que hasta la fecha no tiene explicación, y que quizá nunca la tenga.

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